Copiar o no copiar, ¿he ahí el dilema?
Uno de los aspectos del software libre que más sorprenden al recién llegado es que el autor no sólo permita que su trabajo sea copiado y redistribuido libremente, sino que además anima al usuario a que lo haga. En general, tanto el autor como el usuario como quien recibe el programa que se copia quedan contentos. Y sin embargo, esto parece ir en contra de una idea que hemos oído muchísimo en los último años: no se debe copiar software. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Habías pensado alguna vez sobre ello?
La máquina de duplicar pan
Olvidémonos por un momento de GNU/Linux, del software (libre o no) y de la copia de programas. Y fabulemos un poco. Imaginemos que, en alguna parte del mundo, en una prestigiosa universidad, alguien construye un invento completamente imprevisto: la máquina de duplicar pan. Es una máquina maravillosa. Casi no consume energía, la puede manejar cualquiera, se puede construir por millones a bajo coste, y no necesita materia prima ni mantenimiento. Su funcionamiento es simple: introduces una pieza de pan por un lado, y salen dos por el otro. La segunda es indistinguible de la primera: igual de sana, igual de nutritiva, con el mismo sabor. Y el proceso se puede repetir indefinidamente, usando las piezas de pan originales o las nuevas que ha producido la propia máquina. Muchos ya ven los problemas mundiales de hambre resueltos por fin. Se piensa inmediatamente en los duplicadores de lechugas, filetes, zanahorias, lenguados y otros muchos alimentos....
Pero antes de que nada de esto ocurra, comienza una campaña de publicidad en todos los medios. En ella aparecen drogadictos, asesinos, ladrones... y duplicadores de pan. El lema de la campaña es: Cada vez que alguien utiliza el duplicador de pan, todos perdemos. La campaña está dirigida por las asociaciones de panaderos, con dinero de toda la industria de la alimentación. Aparecen en todas las cadenas de televisión, en todos los periódicos, en todas las emisoras de radio opiniones a favor de los panaderos y en contra de los que están empezando ya a duplicar pan. Se plantean cuestiones como Si se permite la máquina de duplicar pan, ¿quién asegurará que tendremos innovación, y nuevos tipos de pan? o Si no se prohibe la máquina de pan, ¿de qué van a vivir los panaderos? Inmediatamente se proponen legislaciones que prohiben la fabricación, comercialización y uso de máquinas duplicadoras de pan, y se empieza a considerar éticamente malo duplicar pan... Con el tiempo, las legislaciones se ponen en vigor, se crean ramas específicas de la policía para perseguir la copia ilegal de pan, y los panaderos, ya organizados, empiezan una campaña para que los productores independientes de pan tengan que pagar derechos por las recetas de los tipos de pan más habituales.
¿Una fábula sin sentido?
Bueno, volvamos a la realidad. ¿Por qué cuento todo esto? ¿Es que tengo una vena oculta de cuentacuentos con extrañas moralejas? No creo... Lo de las barras de pan se lo oí hace tiempo a Richard Stallman, y resulta que es algo que tenemos aquí ya... casi. Si en lugar de pan hablamos de programas, la máquina duplicadora la tenemos casi todos en nuestro PC. De hecho, tenemos varios tipos de ellas: Internet, disquetera, duplicador de CDs. Lo cierto es que desde hace unos años, los humanos disponemos de algo único en la historia: tenemos máquinas que pueden duplicar no sólo programas sino cualquier tipo de información a un coste prácticamente ridículo.
Hasta hace poco (en términos históricos) copiar información era caro y difícil. Los copistas medievales dedicaban su vida a ello, y sólo copiaban unos cuantos pergaminos a lo largo de ella. La imprenta mejoró mucho las cosas, pero no todo el mundo tenía una imprenta, y con ella no era económico hacer pocas copias. Y para distribuirlas y elegir qué se copiaba nació una inmensa industria: la industria editorial. La imprenta y esta industria, junto con otros factores, ayudaron a que la producción de información escrita creciera como nunca.
Cuando aparecieron los ordenadores y se empezaron a distribuir programas, se utilizó una organización similar a la del material impreso. Y así nacieron grandes empresas de software cuya labor es muy similar a la de los editores. Para que estas empresas pudieran funcionar, la sociedad, en todo el mundo, decidió que había que aplicar a los programas una legislación similar a la de los libros, y en general se prohibió la copia de programas si el autor no daba permiso. Y el autor, normalmente, no daba permiso. En algunos países esto pareció poco, y se decidió que también se podía prohibir a los propios autores aplicar ciertas ideas a la hora de hacer programas. Las leyes que prohiben la copia de programas son las de derechos de autor (copyright) y las que prohiben la utilización de ciertas ideas son las de propiedad industrial (patentes). La motivación para estas leyes, en el caso del software, es similar: se supone que favorecen la innovación, aseguran que todos tengamos suficiente cantidad y calidad de programas, y permiten que los programadores vivan dignamente.
Pero todo esto no invalida el hecho fundamental: tenemos una máquina que permite duplicar los programas a coste prácticamente cero. Si la sociedad decide no usarla tiene que ser por poderosas razones. Si en algún momento quedase claro que puede producirse suficiente cantidad y calidad de programas sin prohibir la copia... ¿qué motivo tenemos para prohibirnos ese derecho?
Y, sin embargo, se mueve
Hace ya muchos años, en este océano de presión contra la copia de software, hubo un grupo de gente que nunca dejó de compartir sus programas, y de dejar que otros los repartieran a quien quisieran. Con el tiempo, esta comunidad creció y creció. De producir sólo unas cuantas herramientas para programadores pasó a generar miles y miles de programas para todos los públicos, desde procesadores de texto hasta navegadores de web. De estar compuesta fundamentalmente por voluntarios trabajando en su tiempo libre pasó a ser un hervidero de distintos tipos de gente, muchos pagados por empresas, muchos con sus propias empresas. De contar sólo con cantidades mínimas de dinero obtenidas vendiendo camisetas se pasó al dinero de las firmas de capital riesgo, de fondos de pensiones y de accionistas. De los individuos independientes y las empresas unipersonales se pasó a tener también multinacionales en el juego. Y de ser un puñado de desarrolladores en algunos lugares concretos se pasó a una comunidad de miles y miles de desarrolladores repartidos por todo el mundo.
Y a pesar de este proceso, que ha cambiado tantas cosas, que ha causado tantas tensiones, y que ha producido tantos programas, algo quedó siempre claro: si tú recibes un programa libre, tienes derecho a copiarlo para tus amigos, para tus clientes, para quien sea. Y eso es bueno para ti, para tus amigos, para tus clientes... y para el autor del programa.
Es fácil entender cómo este mecanismo te beneficia a ti, a tus amigos y a tus clientes. Es más largo de entender cómo beneficia al autor del programa, pero es un hecho que es así. Muchos programadores viven ya del software libre, bien recibiendo ingresos directamente de quien lo usa, o bien cobrando un sueldo en alguna empresa que genera sus ingresos con un modelo de negocio basado en el software libre. Explicar cómo puede suceder esto, de dónde sale la financiación y cómo se puede crecer y ganar dinero si no se cobra por copia vendida es largo de explicar, y probablemente necesitaría otro articulo entero sólo para empezar1. Pero a estas alturas es un hecho que esto ocurre, luego la pregunta ya no es tanto ¿Es posible? sino ¿Cómo es posible?.
Pero aún hay más. El modelo del software libre no sólo permite que tú copies y redistribuyas los programas que recibas. El modelo del software libre funciona mejor si lo haces. Cada vez que estás copiando un CD de GNU/Linux para un amigo, estás ayudando a que el software libre funcione mejor. Cada vez que un grupo de usuarios hace una tirada de CDs de Debian y los vende a bajo precio en una fiesta de instalación, está ayudando a que funcione el modelo del software libre. Cada vez que Red Hat, Mandrake o SuSE venden un CD en un hipermercado, están ayudando a que todos tengamos más y mejor software libre. De nuevo explicar esto es complicado, pero aquí sí es fácil sugerir ideas. Mayor número de usuarios supone un mayor mercado. Supone acercarse más a ser el número uno en ese nicho. Supone ser el estándar de referencia. Supone mucha gente interesada en aprender a usar ese programa, y mucha gente y muchas empresas dispuestas a pagar por servicios alrededor de ese programa. Muchos desarrolladores interesados en colaborar con mejoras y corrección de fallos. Cada vez que das una copia de un programa libre a un amigo, estás ayudando a que toda esta enorme rueda gire... en la dirección que más te beneficia.
La gran pregunta
Naturalmente, si todo esto es cierto (y hay millones de usuarios que dicen que sí es cierto), tenemos un modelo de producción de programas que ha demostrado que es capaz de producir suficiente cantidad y calidad para mucha gente. ¿Será capaz de generar suficiente calidad y cantidad para la mayoría de la gente? ¿Para toda la gente? Sólo el tiempo lo dirá, claro. Quizás todo esto no sea más que una burbuja que se desinfle en unos meses, y de la cual nadie se acuerde dentro de unos años. Quizás ninguna empresa sea capaz de encontrar un modelo de negocio que le permita tener ingresos saneados de forma estable. Quizás deje de innovarse en el software libre, y quizás nunca haya programas libres en muchos nichos. Pero si la tendencia actual continúa, la situación será más bien la contraria. Si seguimos por el camino de los últimos años, dentro de no mucho tiempo tendremos una saneada industria del software libre, con una poderosa comunidad de desarrolladores y usuarios satisfechos alrededor.
Y si todo es cierto, podemos volver a la gran pregunta, y decir: ¿qué motivo tenemos para renunciar al derecho a copiar programas? ¿Realmente es preciso prohibir la copia para que tengamos el software que necesitamos? Y más allá: si podemos tener el software que necesitamos sin prohibir la copia (ni de programas ni de ideas), ¿no sería mejor permitirla siempre, puesto que en ausencia de otros problemas los usuarios ganarían mucho?
¿Un cambio de tendencia?
Aún estamos dentro de una tendencia que parece llevarnos hacia más y más restricciones legales a nuestro derecho a copiar software. Las legislaciones sobre derechos de autor en informática son cada vez más estrictas, y las penas que se aplican son cada vez más grandes. Y quizás esto sea bueno para el desarrollo del software libre: cuanto más prisionero se encuentre un usuario de las empresas del software propietario, más motivado estará para probar con las opciones libres.
Pero en este entorno, es importante no perder de vista la situación de base: el único motivo para perseguir la copia es que eso sirva para motivar a los autores a desarrollar más y mejores programas. La única razón por la que en las sociedades democráticas podemos permitir que se nos obligue a pagar a un particular por algo que podríamos hacer gratis es porque eso beneficia a la sociedad en su conjunto (en el caso del software, generando suficientes recursos para garantizar que se desarrolle más software de calidad). Si en algún momento esto dejarse de ser cierto, no habría muchos motivos para esta prohibición, ¿no crees?
Y al menos hay una comunidad (la del software libre) en la que esto ha dejado de ser cierto. Por ahora, aún no se ha demostrado el caso general, pero ya tenemos casos particulares. Así que atención a los próximos años... y ojo a las ideas preconcebidas. Si tienes un derecho, no renuncies a él sin buenos motivos. Sigue usando software libre y da una oportunidad a la realidad para cambiar... hacia mejor.
Notas a pie de página
- ... empezar1
- Nota del editor: Más adelante, en esta misma colección, hay unos cuantos artículos dedicados a cuestiones económicas que abordarán esta problemática.